«Si otros lo hacen, porque también no lo puedo hacer yo», es el concepto que se instala entre quienes violan las normas de tránsito. Como se les dice a los chicos cuando se los observa, «no hay que copiar lo malo». Sin embargo, cunde el mal ejemplo.
Por imitación, por contagio, se propaga lo incorrecto.
Si la luz del semáforo está en rojo, implica hay que detenerse. No hay opción para otra deducción. Pero el mundo del revés se impone por sobre la razón.
De un tiempo a esta parte, todo se permite.
Los motociclistas andan sin casco; cruzan los semáforos en rojo; te pasan por la derecha... y siguen las violaciones a las normas de tránsito.
Quienes conducen motocicletas -no todos-, circulan a excesiva velocidad, doblan en u a mitad de cuadra, maniobran brincando sobre sus rodados, y lo hacen a la vista de los inspectores de tránsito de la Municipalidad de Federal, que cuando realizan operativos -casi siempre en los mismos lugares- miran impávidos.
Cada quien -de estos irresponsables que no reparan en el daño a terceros-, a su manera, se convierte en un infractor serial.
Potencian su inconducta en la vía pública, utilizando las colaterales de la ruta 127 como pista de carrera, donde realizan picadas, atronando con el ruido de sus escapes el espacio urbano, en zonas lindantes a barrios, y al hospital local.
Como diría un atónito testigo involuntario de las maniobras imprudentes, «no le dan sentido a la vida», vinculando asimismo la impresión con la apreciación en base a los antecedentes de accidentes, «no se curan de espanto».
No tienen respeto por la vida propia, mucho menos por la de otros.
Se creen dueños de la calle que no es lo mismo que tener una personalidad avasalladora.
Los provocadores, quienes confunden libertad con libertinaje, desafían a la autoridad -si es que esta estuviere, si es que cumpliera su rol como tal-.
Los inspectores municipales, la policía, están avisados.
No atienden porque al parecer están en otra frecuencia, que es un ancho de banda anárquico.
